No quieras ser un coworker como yo – Josep Darnés

“El peor coworker del mundo”. Ya está. Fin del post. Este sería el resumen de mi artículo. Parafraseando el fantástico álbum de Sidonie me autodenomino irónicamente de esta manera. En este post vais a entender porqué.

El coworking fue un invento que surgió durante la crisis económica. Ya se sabe que las dificultades agudizan el ingenio. Con la recesión, los arrendatarios de las oficinas no podían hacerse cargo del alquiler del espacio, así que decidieron compartirlo con otras personas para compartir gastos. A pesar de que en los 90 ya había en Berlín unos primeros espacios flexibles de mesas y trabajadores de distintas disciplinas, se considera que el primer coworking de la historia apareció en 2005 – ¡Oh, sorpresa! – en Silicon Valley.

Fue cuando un startupero llamado Brad Neuberg tuvo dos necesidades: Compartir el alquiler del espacio en que se alojaba su startup para poder hacer frente a los problemas financieros por los que estaba pasando y desarrollar un sentido de “comunidad de trabajo” sin perder la sensación de libertad e independencia que su startup requería. Este tipo de espacio triunfó y se extendió en los meses siguientes por muchas otras ciudades de Estados Unidos y saltó rápidamente a Europa. Londres fue la ciudad donde se abrieron los primeros coworkings del continente. 5 años después ya se habían abierto 2.000 coworkings en todo el mundo y la forma de trabajar había cambiado para siempre.

 

 

El crecimiento de este tipo de espacios se debe a las distintas ventajas que ofrece pero se podría resumir de una manera general: Se trata de la opción más flexible para aquellos emprendedores o empresas que buscan un lugar de trabajo de manera inmediata a un precio razonable con la posibilidad de conectar con otros profesionales. Además, para personas como yo, que trabajan la mayor parte del tiempo solas, nos da un lugar y estructura en el que mantener bajo control la entropía a la que tiende todo ser humano sin jefe. Sin embargo, debo ser autocrítico y reconocer que, de entre las muchas ventajas que ofrece el coworking, aprovecho pocas. Es por ello que soy un modelo a-no-seguir. A continuación, desgrano 5 razones para justificar mi dura afirmación:

 

1. No me sé los nombres de los coworkers con los que me cruzo cada día

 

Networking. Ampliar la red de contactos. Hacer amigos. Llámale como quieras. El networking es una de las principales posibilidades que ofrece un coworking, sobre todo si es de los grandes como el que yo me encuentro. Este hecho, de juntar en un mismo lugar tanto talento diversificado, los convierte por sí mismos en lugares atractivos para trabajar, hecho que es aprovechado por las mismas empresas para atraer a más talento a sus plantillas. ¡Dudo que se vayan a sentir seducidas por el mío! No he generado sinergias ni me muestro muy predispuesto a ello. Y eso que CREC Connect brinda una gran oportunidad para asociarse, empezar proyectos nuevos y enriquecerse con grupos de personas tan heterogéneos. Insisto en no-ser-un-coworker-como-yo.

 

2. Acudo al coworking durante las últimas horas de la jornada, cuando hay menos presencia de coworkers

 

Es cierto que una de las principales ventajas de un coworking es la flexibilidad de horarios, y más allá de los propios de apertura y cierre del mismo, muchos coworkers entran y salen según sus conveniencias. Esto es así a menos que requieran de un horario de oficina fijo, tanto por si se trata de la atención al público o de trabajo en equipo. Justamente aprovecho las últimas horas de la jornada laboral, entre 17 y 21 horas concretamente, en las que el coworking está más tranquilo.

Esta total libertad también tiene su contrapartida: No aprovechar los momentos de máxima afluencia de coworkers para relacionarse más y evitar el aislamiento físico y psicológico que supone el trabajo desde casa de un freelance. Además no mantener unos horarios fijos da lugar a mayor pérdida de control del trabajo de uno y por tanto ¡de la productividad! Así que haces bien de llevar los mismos horarios del resto y no aparecer a las 5 de la tarde.

 

3. He asistido a muy pocos de los eventos sociales que organiza el coworking

 

Cuando llevas tiempo como yo en un coworking entiendes lo de “crear comunidad” que se fomenta entre los coworkers – a priori desconectados entre sí – para que surja la sensación de pertenencia que todos necesitamos sentir. De hecho, para muchos como yo, con trabajos freelance, venir al coworking hace más llevadero el trabajo en soledad y es habitual que el mismo coworking organice eventos como vermuts y cenas periódicamente. Como ya se puede suponer, he asistido a pocos, ya sea por propio despiste o simplemente por pura vagancia a ser un coworker de provecho.

 

 

4. Los mediodías siempre voy a comer a mi casa

 

Siguiendo con la idea de conocer a nuevos profesionales, llevar el tupper al coworking es uno de los más efectivos para aumentar los vínculos. Mi excusa es que no me gusta la comida recalentada así que intento comer siempre en mi casa (influye obviamente que vivo muy cerca de CREC Eixample). Sin embargo, admito que traer el tupper al coworking es una de las acciones que más hace poder relacionarse con los demás coworkers. Incluso sé de alguno que lo hace expresamente pudiendo comer en casa para conocer un poco más a los demás coworkers. Además, volver a casa al mediodía tiene el peligro de que allí termine la jornada: las distracciones se multiplican, la pereza se dispara, la siesta puede alargarse demasiado o directamente pierdes toda la tarde con las cosas más absurdas (¡aquí cada uno sabrá las suyas!). De hecho, está demostrado que trabajar en un ambiente de trabajo comunitario aumenta la productividad y la creatividad, y el aislamiento del teletrabajo desde casa puede resultar en muchos casos contraproducente.

 

5. A estas alturas, ¡aún no tengo claro todo lo que ofrece el coworking!

 

En la vida muchas veces nos perdemos las oportunidades por puro desconocimiento o simplemente, por no preguntar e informarse. ¡Y eso que los community builders insisten para que esto no pase! Pero han dado con un hueso duro de roer. Es probable que mi coworking ofrezca mayores posibilidades de las básicas que ya disfruto y no lo estoy exprimiendo ni la mitad de lo que puede ofrecer. Por ejemplo, sé que todos los coworkers podemos trabajar desde cualquiera de los tres espacios: Eixample, Poble Sec y Sabadell. Esto supone una gran oportunidad para conectar con nuevos profesionales… Pero la cabra tira al monte, y siempre me acabo quedando en el primero. Por CREC pasan centenares de personas cada año entre las que a menudo se pueden generar colaboraciones u oportunidades de las que ni soy consciente.

Como veis por todo lo explicado, no sé si llego a la categoría de coworker. Más bien me tendría que llamar coplacer o cospacer, ya que en realidad hago poco más que compartir un espacio con otras personas. Pero tengo claro que no cambiaría mi sitio de trabajo por ningún motivo. A pesar de no ser un coworker convencional, disfruto del coworking y sé que cuando quiera puedo disfrutar de todas sus posibilidades. Eso sí, tengo una recomendación básica que hacerte si estás pensando en venir: No seas un coworker como yo y sácale partido al lugar.

Josep Darnés

josepdarnes@gmail.com

Josep Darnés (Figueres, 1976) es ingeniero de caminos, tiene un máster de Digital Business por ESADE y es coworker de CREC. Ha proyectado obra pública, ha dirigido videoclips, ha vivido en varios países y ha sido adicto a la autoayuda y al crecimiento personal. Sobre este tema ha publicado recientemente el libro "La burbuja terapéutica" (Arpa Ediciones, 2018). Ahora, además de escribir un segundo y tercer libros, organiza punk talks y hace memes. Puedes visitar su web en: http://josepdarnes.com/

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